Esta semana comenzaba con un absurdo conflicto: la Consejería de Economía y Hacienda lanzo en un medio de comunicación que me iba a encerrar, que esto era un circo,… y alguna lindeza más de las que no os voy a dar cuenta por no entreteneros.
Estoy sorprendido ya que anteriormente, a través de nuestros respectivos gabinetes, se propuso que durante esta semana mantuviésemos un encuentro para que después de dos meses de silencio por parte de la Consejería, nos dieran respuesta a algunas de nuestras legítimas peticiones.
Después del rife-rafe recibí una carta del Consejero invitándome, entre otras cosas, a la normalidad institucional. Y éste ha sido el motivo de mi reflexión.
Para mí la “normalidad” es atender a una ciudad de cerca de 130.000 habitantes. No me parece normal el ruidoso silencio de dos meses. Normalidad es tener respuesta sobre asuntos que atañen a ciudadanos y ciudadanas que esperan, de los que ostentamos cargos de representación, una respuesta eficaz y rápida, sobre asuntos que les afectan en el día a día: el centro para discapacitados intelectuales, nuestros colegios, los centros de salud, el transporte, la actividad económica, el empleo….
La “normalidad”, pasa por la justicia, la igualdad de trato y de oportunidades. Oportunidades que no sólo existen en el norte de Madrid o en la Capital.
Oportunidades para implantar tejido empresarial, como ocurre en Parla y sin la ayuda de las Administraciones Regional o Central. Oportunidad para recuperar la actividad económica en nuestra región, sostenible en el tiempo y con equilibrio territorial. Posiblemente más rentable a largo plazo que esa idea del macro casino, el “Macao español”, que presenta más sombras que luces.
Y ¿Por qué ese afán por pulir sólo las competencias entre la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid?, como si el resto de municipios no tuviéramos los mismos problemas de duplicidades, de competencias impropias y a la postre, de financiación, que creo qué es de lo que se trata.
La normalidad sería abordar el problema de nuestros desempleados en común, sin descanso, con cabeza y sin ocurrencias. Esa normalidad significaría no hablar de esto hoy porque en nuestra Comunidad existiese un viaje claro y concreto acerca de dónde y cómo se deben situar los recursos públicos para salir de esta crisis.
La normalidad seria, el buen Gobierno.
La normalidad es, en definitiva, lo que explico en este párrafo que figura en la carta de respuesta que he enviado al Consejero:
“La normalidad institucional, para mí es eficacia y compromiso. Dar respuesta y articular propuestas en estos momentos de dificultad. Estoy convencido que nuestras diferencias políticas son legítimas y saludables, pero las mismas no pueden ser motivo para la inanición y la falta de entendimiento sobre asuntos que se pueden solventar, si existe voluntad, de forma rápida.”
Pero como dice un amigo mío: “Si quieres apagar un fuego no hay que echar gasolina”.
Yo también pido y exijo normalidad institucional.
ResponderEliminarSentido común en nuestro quehacer diario, exigiéndolo con todas mis fuerzas (y si me lo permitís con las vuestras también) a nuestros representantes.
La observancia de este sentido común nos permitirá la gobernabilidad (acción del buen gobierno) y la mejor dedicación de nuestros recursos disponibles, en estos momentos con nombre de crisis y de apellido financiera.
Amortizado el tiempo, nos toca recordar; y su comentario señor alcalde, repleto de sensated y plenitud política, me trae a la memoria mi sentimiento emotivo hacia D. Juan Negrín a quien el paso del tiempo le debe todo el reconocimiento posible por su dedicación en favor de la legalidad y la normalidad institucional.
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